CUENTO DE VERANO

La anciana todos los domingos hacia la misma rutina desde hacia ya muchos años. se levantaba temprano, se tomaba un vaso de leche de soja frió, una tostada con mantequilla, mermelada y tres nueces. Se fumaba un cigarrillo en la ventana, a pesar de que su medico se lo tenia prohibido, ese placer mañanero era incapaz de quitárselo. La ventana tenia rejas negras y siempre le rondaba la misma idea..."parece que estoy en una cárcel". Reía como una adolescente. Se vestía tranquilamente y bajaba hasta la plaza de castilla. Allí cojia un autobús que la llevaba hasta el pueblo. Lo primero que hacia era recorrer sus calles apedregadas


, santiguar se en las cruces que veía, sentarse en el muro y ver la sierra desde lejos. Respiraba profundamente, ese olor a leña a cordero y a pueblo le llevaban muy lejos, tan lejos que su corazón latía con tal fuerza que a veces se asustaba y rápidamente se reponía, no quería que le diera un infarto allí sin haber llegado a su destino. Su paso era lento, pero el hambre y las ganas de deleitarse con un buen corderito asado le hacían acelerar el paso.
El dueño ya había fallecido, pero su hijo la conocía de sobra y por eso todos los domingos le guardaban su mesa junto a la ventana, con unas vistas preciosas de la comarca. Media jarrita de vino, una ensalada y un cuarto de cordero que apenas podía terminarse, le hacían la mujer mas feliz del mundo.
Cuando terminaba continuaba su camino por aquellas calles hasta llegar a la plaza. Allí en la fuente se paraba bebía un poco y dejaba que las gotas calleran una a una.



Se sentaba en una cafetería que había a la izquierda y para asombro de las personas que había allí sentadas, se pedía un gin-ginger, se descalzaba los pies y ponía las piernas en una silla. Se estira, sonreía y miraba a la derecha. El palacete abandonado seguía en venta, es como si algún día le hubiera echado mal de ojo para que nadie lo comprara.....o ellos o nadie.
Allí permanecia un buen rato ¿Esperaba a alguien?.
Su sonrisa se iba desvaneciendo y la tristeza que iba reflejando su cara arrugada se trasmitía a todo aquel que la mirase.
Se calzaba sus viejos zapatos y con paso torpe se desplazaba a un callejón no sin antes pararse en la cacharreria de recuerdos típicos del lugar y allí como cada domingo y sin faltar ninguno.


Compraba una hucha de barro (un cerdito), un pajarillo de barro también y una llave antigua (la de la suerte). !Que demonios de suerte¡ ¿Es que acaso la vida le había sonreído? ¿Había tenido suerte?. Si, era una mujer afortunada. Tenia salud, tenia dinero y no le faltaba de nada ¿O si?.
El tendero se preguntaba que es lo que haría aquella mujer con tantos cerditos, llaves y pajarillos.
Pobre mujer, pensaba, seguramente habría perdido la cabeza.
La mujer nunca le hablaba, se limitaba a cojer las cosas y a pagarle. Pero aquella vez fue diferente. Con los ojos azules tan profundos que tenia, se dirigió hacia el y con todo empaquetado en papel de periódico bajo su brazo, le dijo: - Se lo que esta ud. pensando y si estoy loca....pero de amor.
Salio por la puerta y el hombre comprendio que posible mente seria la ultima vez que la viera por allí. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar a una pareja en la que se fijo hacia ya muchos años, primero por que se descalzaron en el bar poniendo los pies sobre la silla y segundo porque compraron esas mismas cosas. El hombre salio corriendo de la tienda y gritando a la mujer le pregunto: -¿fueron a china al final con el dinero del cerdo?. La anciana se volvió hacia el y sonriendo le dijo que todavía no estaba lo suficiente lleno.